¿No estaremos apresurando nuestros comentarios, señor presidente?

El presidente López Obrador declaró hace unos días qué el sistema neoliberal había colapsado gracias al coronavirus. Al echar campanas al vuelo, el presidente pensó que podría sorprender a la opinión pública, a los medios de comunicación y a la oposición. Nada de lo que propuso el día 5 de abril resultó asombroso. No conforme el presidente se ufanó en decir seguramente van a replicar su modelo en otros países. ¿No estaremos apresurando nuestros comentarios, señor presidente? ¿Estamos leyendo correctamente la realidad?

Supongo que en este momento en el Palacio Nacional hay una serie de discursos que impiden al presidente ver con claridad lo que sucede en otros países. Aunque la estrategia de prevención contra el coronavirus, hasta este momento, ha resultado efectiva, en realidad, no sabemos cuál será la reacción de la gente cuando las defunciones empiecen a aparecer en cada una de las comunidades, en cada uno de los municipios y los Estados de nuestro país. El “pueblo bueno”, “el pueblo feliz” dejará de serlo en algún momento. No por una causa ideológica, sino por una circunstancia incontrolable como el fin de la vida. La peste podría llegar al gobierno federal de una forma insospechada, señor presidente. Aún no hemos enfrentado la fatalidad, aún los índices favorecen a este gobierno y le dan posibilidades de maniobra. Parecería deshonroso hablar de tiempos futuros luminosos en un instante donde aún no llega la noche. ¿Y si esperamos un par de semanas para mirar la fase tres de contingencia por coronavirus y ver cómo reaccionan los mercados internacionales? Porque no hay ninguna buena noticia cuando el dólar empieza a ascender de forma desmedida y llega a los 26 pesos.

Hay que recordar que el mexicano promedio tiene una dependencia, una filia, quizá con el consumo, inclusive las clases más altas ni siquiera se creen mexicanos si no han adoptado una serie de costumbres del norteamericano clasemediero que vive en los suburbios como un sistema de identidad. Sí, esa es la mentalidad. Incluso de muchos de los políticos de la oposición. Los mexicanos, lamentablemente, no adoptamos patrones internos de formas de vivir o conductas, sino simplemente adoramos todo aquello que nos es imposible alcanzar. Por eso es tan fácil hacer una crítica a un gobierno que no comprende parte de la ideología colectiva y, mucho menos, se encuentra preparado del todo para el escenario bíblico de la muerte en cada una de las casas, en cada uno de los pueblos, en cada una de las regiones. El presidente dice ser optimista. Ahora no necesitamos optimismo, necesitamos del líder que nos muestre alternativas de salida ante un escenario catastrófico que se aproxima en cuanto lleguemos a la fase tres de la pandemia. Y los números y las incidencias de muertes empeorarán al crecer de forma desmedida. Ese es un escenario posible, señor presidente. Es algo que se aproxima a nosotros, al haber superado ya los números de contagio a dos millares y la centena en defunciones.

No ha colapsado el sistema neoliberal, están colapsando las formas de gobierno y luego se restructurarán. Temo decirle que, a pesar de su desapego material y su abandono de los bienes materiales, la realidad nos espera allá afuera para enfrentarnos por encima de nuestras teorías políticas, señor presidente.

Aunque su frase célebre siga escuchándose en público: “Porque primero los pobres por humanismo, por solidaridad”. La filosofía que usted profesa no es la filosofía colectiva. Desconoce algunas cosas, las clases no se dan en los salones de gobierno como lo hacía el PRI. Discursos como este provienen de una época dorada del cine mexicano donde se idealizaba al ciudadano común y se profesaba una identidad creada por el celuloide. Recreo sus palabras: “Cómo darles dinero a los pobres, cómo apoyar a los pobres que trabajen si son unos flojos. Si están pobres es porque no trabajan. Es un pensamiento retrógrado, los pobres trabajan mucho lo que pasa es que trabajan y trabajan y trabajan y no salen adelante porque no tienen oportunidades, no se les valora su trabajo”.

La virulencia emocional de estas palabras ha sido el error estratégico de hace muchos años de un PRI que construyó un nacionalismo de ficción cinematográfica. Necesitamos un diagnóstico certero donde el pobre no sea bueno por existir, sino por sus hábitos. El sistema político en esta explicación depende de un ecosistema de bien y mal. Temo decirle que no es tan simple, las condiciones de vida no determinan al hombre. Y la bondad no necesariamente habita en los pobres. Necesitamos un estadista que mire la realidad y que diagnostique la realidad por encima de escenas del cine de oro mexicano.

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