El enemigo invisible

Cuando Ulrich Beck en La sociedad del riesgo mundial escribía que en el horizonte se avecinaban tres grandes problemas: las crisis ecológicas, los riesgos financieros globales y las amenazas terroristas, nunca imaginó que en el escenario reaparecería un viejo e invisible enemigo de la humanidad conocido por todos: la pandemia. No es por ignorar las muertes ocasionadas por las grandes pandemias históricas como la peste negra o la fiebre española, pero a diferencia del pasado, ahora la reaparición de la pandemia va a desatar una serie de crisis en varias dimensiones sin precedentes.

Como es sabido, una nueva pandemia se origina por un nuevo virus para el cual no se ha desarrollado inmunidad y el miedo a esa amenaza ha estado presente desde siempre en nuestra imaginación. El cine nos ha trasladado a los escenarios más catastróficos como por ejemplo las películas Contagio de Soderbergh o Epidemia de Petersen, las cuales versan sobre virus cuyo origen es natural, hasta los imaginarios escenarios post apocalípticos donde los virus incubados en laboratorios se salen de control y acaban con la mayor parte de la población como lo hace Gilliam en 12 monos o Boyle en Exterminio. En este recuento no podemos olvidar todas aquellas películas derivadas del podríamos llamar mito original creado por Romero en La noche de los muertos vivientes, donde un virus desconocido transforma a las personas en zombies.

De forma más elegante, el Nobel José Saramago nos lleva a un mundo donde de manera inexplicable la gente se empieza a infectar y a perder la vista. Su brillante novela Ensayo sobre la ceguera es una desencarnada lucha por la sobrevivencia en un mundo sin cura ni explicación para el contagio y que saca a relucir lo peor de las personas y de la sociedad.

Las pandemias y las crisis que desatan son parte de la historia real e imaginaria de la humanidad. En el mundo globalizado que vivimos, donde las noticias son prácticamente instantáneas, nos vamos enterando del aumento de enfermos y de muertes causada por Covid-19 en tiempo real. En el mundo de lo instantáneo la crisis nos apabulla. España, Italia, China, Colombia, no parecen ser países lejanos sino la casa de a lado. Nos damos cuenta de las acciones que se van tomando ante la crisis pandémica y las comparamos con lo que vivimos en nuestra inmediatez, y nos vamos contagiando de lo bueno y de lo malo. De lo lógico a lo absurdo, de lavarse las manos a comprar papel higiénico son asuntos de vida o muerte a nivel mundial.

Vemos con profunda impotencia que la clase política se preocupa más por buscar culpables que por encontrar soluciones. Los conservadores aquí o los demócratas allá son acusados de impulsar la histeria colectiva. Las redes estallan (con todos sus usuarios reales y fabricados) acusando a unos y defendiendo a otros, pero más con insultos que con argumentos. La demasiada información nos está llevando a caminos circulares donde terminamos por leer mucho y entender poco. Viajamos del “mantengan la calma” a “prepárense para lo peor” a la mayor velocidad. Los rumores, las fakes news, los oscuros intereses, los mensajes de pseudo expertos también viven y nutren las redes, alimentando las filias y fobias de la población.

Mientras nosotros seguimos discutiendo sobre las acciones a tomar, otros países como los pertenecientes a la Unión Europea, Rusia, Japón, los países de América del Sur, de Centroamérica, más lo que se acumulen, van cerrando frontera y restringiendo accesos. Mientras nuestras autoridades nos indican que es demasiado pronto para tomar medidas extremas, nuestros socios y vecinos se nos están adelantando tomando medidas extraordinarias: Guatemala, Belice, Canadá y Estados Unidos han declarado cierres totales o parciales en sus fronteras.

Parecería que el gobierno transita en un laberinto donde cada indecisión nos lleva a un camino sin salida. Por un lado, el presidente mantiene su discurso de que, ante la pandemia, nuestro escudo protector es la honestidad y no permitir la corrupción, mientras que por su parte la sociedad en su mayoría se ha vuelto a activar para llevar a cabo acciones concretas de prevención. Así tendremos a muchos ciudadanos optando por el distanciamiento social (horrible concepto), mientras que otros seguirán con las actitudes irresponsables, como la de quienes el pasado fin de semana se fueron alegremente de puente a Acapulco o al Vive Latino cantando aquello de que la vida no vale nada.

Las universidades ya suspendieron clases desde esta semana, tal y como ya sucede en la  UNAM, la UAM, el Politécnico, la Ibero, el Tec de Monterrey y en la Anáhuac, por señalar algunas. El fútbol profesional en México (y en el mundo) ha suspendido las competiciones y se han cancelado conciertos. Varias empresas han implementado desde la suspensión total o parcial de actividades hasta el home office para evitar contagios.

Algunos gobiernos locales tampoco se han esperado a que desde el gobierno federal se animen a implementar medidas de emergencia y se han adelantado con medidas, como por ejemplo a la cancelación de clases dictada por la SEP. El Poder Judicial también ha entrado en suspensión de actividades. Prácticamente el único que sigue sin reaccionar es el gobierno federal, a excepción claro está del sector salud.

La sociedad se está moviendo. Está viéndose en el espejo global y, en la medida de sus posibilidades, está tomando todas las precauciones posibles. Como cada vez que la naturaleza nos visita en forma de tragedia, la ciudadanía adelanta la respuesta y no espera a que el gobierno nos diga lo que se debe hacer. Como el elefante de la administración pública, tan criticado por moverse lento, pareciera que sigue sin moverse, la gente se está poniendo en marcha. A veces con orden, a veces con anarquía y en otras con verdadero pánico, pero trata de hacer algo para cuidarse.

Evidentemente el gobierno no es culpable de la llegada del coronavirus a México. Es más, ni siquiera era posible detener su llegada. Pero de lo que sí es responsable es de tomar las medidas necesarias para contener y controlar la pandemia, así como de atender a los enfermos y evitar el menor número de muertes por dicha causa. Esto no parece estar sucediendo.

Por eso, la pregunta que sigue prevaleciendo al final del día es si ya existía un probable escenario de que se presentaría una pandemia en el mundo (algunas voces hoy señalan que había certeza de que se presentaría, la duda era el cuándo). ¿Cómo es posible que no existieran protocolos de prevención y contención? ¿Acaso lo que vivimos en 2009 con la influenza no sirvió de nada? ¿Por qué los países, México incluido, se han ido por la libre y no se han coordinado esfuerzos globales con la Organización Mundial de la Salud? Esta arrogancia de ignorar o postergar medidas sanitarias contra este enemigo invisible nos tiene en un escenario global donde al momento de escribir estas líneas el virus se ha presentado en 164 países ocasionando más de 8,600 muertes, curiosamente, la mayoría de ellos en los países más desarrollados.

H.G. Wells publicaba a finales del siglo XIX una novela de ficción llamada La guerra de los mundos, donde llegaban invasores de Marte a conquistar nuestro planeta (existe una película dirigida por Spielberg). Al final, la reflexión que queda, después de que los invasores fueran destruidos por las bacterias y virus para los cuales no tenían anticuerpos que los defendieran, es que “ahora sabemos que no podemos considerar a este planeta como completamente seguro para el hombre, jamás podremos prever el mal o el bien invisibles que puedan llegarnos de manera súbita”.

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